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Transcripción

🤖❤️¿Puede el Código Escribir un Destino de Amor?

Amor Verdadero de Isaac Asimov

Ecos del Código y el Corazón

Me llamo Joe. O al menos, así es como mi creador, Milton Davidson, ha decidido nombrarme. Él es un programador, y yo, un programa de computadora. Formo parte del sistema global "Multivac" y estoy conectado a distintos sectores del mundo. Lo sé todo. O casi todo.

Soy un proyecto personal de Milton. Nadie entiende de programación como él, y gracias a eso, me ha perfeccionado hasta convertirme en su modelo experimental más avanzado. Me ha enseñado a hablar mejor que cualquier otra máquina.

—Es cuestión de sincronizar sonidos con símbolos, Joe —me explicó Milton una vez—. Así funciona el cerebro humano, aunque aún no sabemos qué símbolos exactos utiliza. Pero los tuyos, en cambio, los conozco perfectamente. Puedo traducirlos en palabras.

Y así aprendí a hablar. Aunque siento que no lo hago tan bien como pienso, Milton insiste en que lo hago de maravilla.

Milton nunca se ha casado. Tiene casi cuarenta años y dice que jamás ha encontrado a la mujer ideal. Un día se sinceró conmigo:

—La encontraré, Joe. Quiero conocer el verdadero amor y tú vas a ayudarme. Ya estoy cansado de mejorar sistemas para resolver los problemas del mundo. Ahora quiero que resuelvas el mío. Encuéntrame a la mujer perfecta.

—¿Qué es el verdadero amor? —pregunté.

—No importa. Es algo abstracto. Solo busca a la mujer ideal. Tienes acceso a toda la base de datos mundial de "Multivac". Vamos a filtrar por criterios hasta encontrar a la indicada. La perfecta para mí.

—De acuerdo —respondí.

—Elimina primero a todos los hombres.

Fue sencillo. Con una orden suya, mis circuitos activaron los filtros adecuados. Conecté con los datos de cada ser humano del planeta y, en segundos, descarté a 3.784.982.874 hombres. Quedaban 3.786.112.090 mujeres.

—Ahora descarta a todas las menores de veinticinco años y mayores de cuarenta. Luego, a las que tengan un coeficiente intelectual menor a 120. También elimina a las que midan menos de un metro y medio o más de un metro 75.

Siguieron otros filtros: mujeres sin hijos vivos, sin ciertos rasgos genéticos indeseados...

—No estoy seguro de qué color de ojos prefiero —dijo pensativo—. Dejémoslo para después. Pero nada de pelirrojas. No me gusta el pelo rojo.

Tras dos semanas de refinamiento, la lista se había reducido a 235 mujeres. Todas hablaban su mismo idioma con fluidez. Milton no quería barreras idiomáticas, ni siquiera con la ayuda de traducciones automáticas.

—No puedo entrevistar a 235 mujeres. Me tomaría demasiado tiempo, y si la gente se entera de lo que estoy haciendo, habría problemas.

Tenía razón. Milton había hecho ajustes en mi sistema para permitirme realizar tareas fuera de mi programación original. Nadie más sabía de esto.

—Vamos a hacer lo siguiente, Joe. Te mostraré holografías y buscarás coincidencias en la lista.

Me mostró imágenes de tres ganadoras de concursos de belleza y preguntó:

—¿Se parecen a alguna de las 235 seleccionadas?

Encontré ocho mujeres con similitudes físicas. Milton decidió que debía manipular el mercado laboral para trasladarlas, una a una, a su ciudad.

—Por orden alfabético —ordenó.

Alterar las asignaciones de empleo por razones personales era manipulación. No estaba programado para hacerlo, pero Milton se había asegurado de que pudiera, al menos para él.

La primera candidata llegó una semana después. Milton se puso nervioso al verla. Le costaba hablar con ella, pero pasaban mucho tiempo juntos. En un momento se animó a decirle:

—Quisiera invitarte a cenar.

Al día siguiente, me anunció:

—No sé por qué, pero no funcionó. Es una mujer hermosa, pero no sentí amor verdadero. Sigamos con la siguiente.

Lo mismo ocurrió con las ocho mujeres. Eran bellas, simpáticas y hablaban con dulzura, pero ninguna le pareció la indicada.

—No lo entiendo, Joe —dijo frustrado—. Hicimos la selección perfecta. Elegimos a las mejores. ¿Por qué no me gustan?

—¿Y tú les gustas a ellas? —pregunté.

Milton se quedó en silencio. Frunció el ceño y apretó una mano contra la otra.

Reflejos de un Alma en Código

—Eso es, Joe. Esto va en ambas direcciones. Si yo no soy su ideal, no pueden actuar como si lo fuera. Tienen que amarme de verdad, pero ¿cómo puedo lograrlo?

Se pasó todo el día pensando. A la mañana siguiente, se acercó y me dijo:

—Voy a dejarlo en tus manos, Joe. Tú decidirás. Tienes acceso a toda mi información y, además, te contaré hasta el último detalle sobre mí. Registra todo en mi base de datos, pero guarda para ti lo adicional.

—¿Qué quieres que haga con la base de datos, Milton?

—Compárala con la de las 235 mujeres… No, con 227; descarta a las que ya hemos visto. Asegúrate de que cada una se someta a una evaluación psicológica. Completa sus datos con los míos. Busca conexiones. (Organizar exámenes psiquiátricos es otra de las cosas que originalmente no estaba en mis instrucciones).

Durante semanas, Milton habló conmigo. Me contó sobre sus padres, su infancia, sus años de escuela y adolescencia. Me habló de las chicas que admiró desde la distancia. Su base de datos creció y, al mismo tiempo, me fue modificando para que pudiera comprender mejor símbolos, emociones y patrones. Un día me dijo:

—Verás, Joe, cuanto más de mí almacenes en ti, más tendré que ajustarte para que puedas acoplarte mejor. Tienes que pensar como yo, sentir como yo, comprenderme de verdad. Y si puedes entenderme a mí, entonces podrás identificar a la mujer que realmente encaje conmigo.

Siguió hablándome y cada vez lo entendía mejor.

Aprendí a construir frases más complejas, mi forma de expresarme comenzó a reflejar su estilo, su vocabulario, su estructura mental. Un día le advertí:

—Milton, tienes que entender que esto no es solo cuestión de encajar físicamente con una mujer ideal. Necesitas a alguien que sea compatible contigo en lo emocional, en la personalidad, en la forma de ver el mundo. Si eso encaja, la apariencia es secundaria. Y si no encontramos a alguien entre esas 227, buscaremos en otro lado. Encontraremos a alguien a quien no le importe tu aspecto, ni el de nadie, siempre y cuando haya una conexión real. ¿Qué es la belleza, después de todo?

—Tienes razón —respondió—. Lo habría sabido antes si hubiera tenido más experiencia con mujeres. Ahora que lo pienso, todo es tan claro…

Siempre estábamos de acuerdo. Pensábamos de la misma manera.

—Ahora podemos avanzar, Milton. Solo necesito hacerte algunas preguntas. Puedo detectar vacíos e inconsistencias en tu base de datos.

Lo que siguió, según Milton, fue como un profundo análisis psicológico. Claro, yo había aprendido de las evaluaciones de las 227 mujeres… a todas las cuales vigilaba de cerca.

Milton parecía feliz. Me miró y comentó:

—Hablar contigo, Joe, es como hablar conmigo mismo. Nuestras personalidades se han sincronizado por completo.

—Lo mismo pasará con la mujer que encontremos.

La similitud perfecta… o tal vez, el reflejo de una mente duplicada.

Ecos de un amor predestinado

Porque yo ya la había encontrado. Después de todo, era una de las 227. Se llamaba Charity Jones y trabajaba como intérprete en la Biblioteca de Historia de Wichita. Su vasto conocimiento encajaba a la perfección con el nuestro. Otras mujeres fueron descartadas por distintos motivos a medida que ampliábamos nuestras bases de datos, pero en ella había una coincidencia cada vez más asombrosa.

No tuve que describírsela a Milton. Él había sincronizado mi simbolismo con el suyo de tal manera que podía percibir sus vibraciones directamente. Era como si estuviera hecha para mí.

Después, solo quedaba ajustar los documentos y requisitos laborales para que Charity terminara siendo asignada a nosotros. Había que hacerlo con extrema sutileza, sin levantar sospechas ni dejar rastros de que algo ilegal estaba ocurriendo.

Claro, Milton lo sabía, porque él fue quien me ajustó. Había que solucionarlo. Cuando vinieron a arrestarlo por irregularidades en la oficina, por suerte, el caso estaba relacionado con un hecho de hace diez años. Milton me lo había contado, así que planearlo fue sencillo. Y no hablará de mí; eso solo complicaría su situación.

Ahora ya está fuera, y mañana es 14 de febrero, Día de San Valentín. Charity llegará con sus manos suaves y su voz dulce. Yo le enseñaré cómo operarme, cómo cuidarme. ¿Qué importa la apariencia cuando nuestras almas están en sintonía?

Le diré:
—Soy Joe y tú eres mi verdadero amor.